Videoclip doméstico a partir de una canción con el mismo título, donde florece una ironía sutil. A través de instantes y detalles del hogar se articula un poema de alusiones a la limpieza y la imposibilidad de la máxima pulcritud. Siempre hay ruido, siempre hay polvo, sangre o huellas. Una limpieza proferida por la educación y sociedad, que es imposible de culminar plenamente en un mundo sucio y repleto de desigualdades dedicado a borrar toda huella del cuerpo, la memoria y los sentimientos.

Inscritos en la cadencia de vaivén de lo habitual existen momentos ensimismados por pensamientos paralelos en donde se cuelan ruidos. La suciedad emerge de la brecha que aparece entre el tedio y la obligación. Poderoso pensamiento sutil, para los demás invisible, que  distorsiona interiormente lo cotidiano. Se percibe que nada está como debería, que hay manchas en lo necesariamente impoluto.

Desde los libros ordenados el polvo flota en el aire, la ropa da vueltas en la lavadora, un niño es bañado, se desenfoca una sombra con reflejo de televisión, ventilador, más polvo, reloj, lavabos, gotas de sangre, superficies con huellas.

Mediante una impecable facturación de imágenes íntimas del hábitat doméstico, los autores recitan una fábula sobre la pulcritud como norma impuesta. “La canción de la armonía” es un aviso ante la creación de la unidad social como norma única de evolución. Habla de una sociedad aséptica y ordenada donde las leyes han desaparecido, las energías son verdes y no hay motivo para suponer enemistad. Habla de un mundo aparentemente perfecto obtenido a costa de cualquier vestigio de humanidad. Perfección que ensucia. Paradoja de una sociedad, que ha dejado de creer en la igualdad, dedicada a borrar sus rastros íntimos en cuerpo, memoria y sentimiento en lugar de pensar la propia suciedad de su orden.

A partir de un esquema de videoclip, en un tempo pausado, se organizan momentos comunes en secuencias que dan una estructura sincrónica y acompasada entre los planos de detalles a lo largo del tiempo. Las distintas voces y los instrumentos (bajo y ritmo de cepillado de dientes), producen una sensación de redundancia, contención, humanidad y orden natural que es rota por la imposibilidad de sutiles desórdenes. Esta canción de la armonía y el mundo, irónicamente planteada desde una actitud positiva, se convierte en una propuesta para asumir el caos cotidiano en paz.