Terra Incognita
Terra Incognita
Terra Incognita nos enseña la tierra del Penedés, que adquiere de tan poco connotada una belleza extrañísima.
Escartin nos muestra las cosas transformadas por su visión inspirada. Esto es la magia videográfica, una virtud rara y bien difícil.
Además del campo, en Tierra Incógnita hay los personajes que forman parte de él, campesinos que cuentan historias de campesinos, que adquieren dimensiones desproporcionadas y aun así, senzillísimas. Según su visión, los surcos de los conreos nos remiten al sustrato ancentreal del que todos venimos. El caso es que cualquiera de esos campesinos -quienes nos son coetáneos y viven a tocar nuestro- podria ser el abuelo de Escartin.
De todas formas, las imágenes de Escartin son tan punzantes que ultrapasan ( hacia dónde? ) todo lo que hemos dicho sobre el sustrato campesino. Y dejan pequeñísima la música oriental. Cuando los campesinos hablan de ellas, todas las músicas del mundo se doblan reverenemente, avergonzadas por un sentimiento de futilidad ornamental.
Uno de los campesinos de Tierra Incógnita recuerda que antes, en el campo, todos cantaban y silbaban. Estos silbidos y cantos que no estan en la cinta, los oímos a lo lejos por la magia antes mencionada y que no proviene del campesino, sino de Lluís Escartin.
No hace falta desplazarse a lugares ignotos para descubrir los abismos de la condición humana, nuestros vecinos, y por lo tanto nosotros mismos, en medio de toda nuestra utilleria posmoderna, también nos asomamos, sin el menor problema, a parecidos infinitos.
En el momento de su aparición Terra Incognita fue un refrescante golpe de aire fresco ya que el documental español más preciado por la crítica se encontraba ensimismado en una mirada blanda, dulzona y falsificadora en su obstinada cinefilia sobre el mundo rural en vías de extinción. La sola existencia de Terra Incognita pone en tela de juicio no sólo a ese conjunto de relamidos films, sino todo el discurso mitificador que se ha generado en torno a los mismos.